Papavasilíu es un carismático hombre de teatro que en su larga carrera como director y actor ha traducido y puesto en escena muchas obras de autores principalmente franceses, ya que desde su temprana juventud fue iniciado a la cultura francesa. Uno de sus mayores éxitos que traspasó las fronteras griegas fue «Eleni», obra del poeta Yanis Ritsos. Este año se ha presentado –continúa todavía- en la cartelera griega con un denso e ingenioso monólogo titulado «El exceso de Grecia perjudica la salud». Mente aguda y con un intelecto insólito, Papavasilíu, en una charla amena con el equipo del sitio web francófono GrèceHebdo, habla de la singularidad griega en el contexto de la historia y del presente confuso en que vivimos.
Usted ha afirmado repetidamente que ser griego comporta una cierta dificultad de ser serio. ¿Hay que lamentarse de ello?
En absoluto. Antes que nada hemos de ser Spinozianos. Conviene evitar entregarse a un cierto conformismo de la tristeza, demasiado fácil y no del todo inocente. Esta tristeza tiene frecuentemente raíces nobles, siendo fruto de desastres o catástrofes históricas, como la de 1922 en Asia Menor que a nosotros, los griegos, nos ha marcado significativamente. Sin embargo, cada catástrofe tiene también su lado creativo; Schumpeter nos habla de él cuando aborda el capitalismo. En tanto que griegos, desde la Antigüedad parece que nos cuesta ser serios; cosa que Nietzsche ha atribuido a la profundidad de los griegos. En tanto que neohelenos, debemos obrar sobre esta falta de seriedad de un modo creativo.
Ese neoheleno del que Ud habla parece vacilar entre la transgresión de las leyes y un «habitus» de autoculpabilización, al tiempo que no deja de ser indómito frente al Estado.
Es difícil definir el Estado en este rincón del Continente. El griego existe sin Estado, el cual nunca ha sido legitimado en la conciencia del pueblo de ese país. En lo que concierne a nuestros socios europeos, ahí el Estado aparece como resultado de dolorosas experiencias históricas y sobre todo de las guerras religiosas entre católicos y protestantes; es entonces cuando surge la necesidad del Estado laico como árbitro en esa confrontación religiosa. Pero en el caso griego la homogeneidad religiosa en torno a la Ortodoxia no produjo esa necesidad, por lo que Estado nunca fue legitimado como árbitro. No obstante, Grecia optó por el modelo del Estado occidental; de ahí la culpabilidad de la que hablábamos antes, en el sentido de que toda opción conlleva un coste.
Pero, actualmente, se observa un derrumbamiento del Estado en un amplio espacio que va desde África hasta Asia. ¿Dónde se sitúa Grecia en medio de la presente coyuntura tormentosa?
El barco del mundo en estos momentos está realizando un giro abrupto provocando a todos náuseas y un gran malestar. La caída del muro de Berlín ha supuesto una ruptura relativamente pequeña en comparación con el nuevo paisaje mundial que se está gestando y que está a punto de cristalizarse. Es bien sabido que dos figuras fabulosas rondan en el imaginario nacional: por un lado, la de Karagkiozis inerte e indiferente en su barraca y, por otro, la de Ulises en movimiento perpetuo. Es preciso activar el inestimable legado de Ulises.
Actualmente, los griegos son muy generosos con los refugiados.
Es una constatación de cómo los reflejos comunitarios en el seno de una entidad preestatal pueden funcionar de modo creativo. El griego juega a la comedia pregunt´ñandose dónde está el Estado, sabiendo muy bien que el Estado no está en ninguna parte. De ahí, el lugar del Estado invisible, el espíritu de la iniciativa y de la acción que desarrolla la gente ordinaria. Creo que estamos asistiendo a nuevos fenómenos sociales que nos sorprnderán de manera positiva.
Hemos mencionado la tristeza. ¿Acaso el Internet nos hace más alegres, lisonjeando nuestro narcisimo?
Miren, personalmente no uso el Internet, vivo como un asceta, un anacoreta del presente. Soy un monje sin clausura en el Monte Atos. Y para volver a vuestra pregunta, se comparte con más facilidad la tristeza. La alegría presupone otros ingredientes, otros espacios y sobre todo la vivencia de la coexistencia corporal. La fiesta en la calle o una pieza teatral son buenos ejemplos de esa coexistencia, y yo añadiría, también, el estadio donde la coexistencia de los espectadores da lugar a comentarios inauditos, verdaderamente ingeniosos. El estadio es un laboratorio lingüístico fuero de lo común, un espacio de diálogo que no deja de asombrame.
En tanto que hombre de teatro, sigue de cerca a los jóvenes comediantes, los jóvenes artistas. ¿Cuál es el balance de la situación actual en el ámbito en cuestión?
Estamos asistiendo a una democracia de la expresión a escala mundial, y sobre todo en Occidente y Europa, puesto que el trabajo manual se está transfiriendo hacia Asia. Esta situación interfiere en las actitudes y tolerancias de los padres, que están actualmente más dispuestos que antes a aceptar la proclividad de sus hijos por los trabajos artísticos. De todos modos, esta inclinación nutre a menudo un diletantismo no pagado y la economía sin dinero. La única moneda que existe es la de la gloria. Volvemos por lo tanto, una vez más, a nuestros antepasados que decían que «muchos odiaron el dinero, la gloria nadie».