El joven y prolífico historiador griego, Kostís Kornetis*, en una entrevista a Rethinking Greece, la cual reproducimos aquí íntegramente, procede a una breve retrospectiva de la transición democrática en Grecia y España, tratando las diferencias y similitudes entre ambos procesos. Nos habla, también, del legado de la resistencia estudiantil durante la dictadura en Grecia o “los hijos de la dictadura” como reza su homónimo libro, estableciendo paralelismos y marcando diferencias entre los movimientos sociales de la década de los sesenta y los recientes movimientos anti-austeridad.
Su libro, «Los hijos de la dictadura», se centra en la resistencia estudiantil durante la dictadura en Grecia (1967-1974). ¿Hay aspectos de esta época que permanecen todavía en oscuridad?
Mi libro se centra precisamente en la generación que estuvo en la vanguardia de los movimientos estudiantiles durante “la larga” década de los ´60, que abarca los años anteriores a la dictadura y llega hasta su caída (1974) y el inicio de Metapolítefsi (transición en griego). He procurado seguir esta parte dinámica de la sociedad estudiando su mentalidad, su cultura, su ideología y sus utopías, con el propósito de poder comprender cómo logró, en medio de aquellos tiempos azarosos, no solamente resistir con éxito a un régimen autoritario sino, también, dar un nuevo sentido a su vida cotidiana. Hay muchos aspectos de ese período que no se han revelado aún; uno de ellos -y quizá el más grave- es descubrir qué grupos de la sociedad griega y hasta qué punto salieron beneficiados de la Junta de los Coroneles; cuestión que sigue siendo un tabú hasta hoy. Tenemos la tendencia de enfocarnos en las zonas urbanas olvidando e ignorando de alguna manera la historia de la Grecia rural durante los años de la dictadura. Tampoco se han iluminado lo suficiente ciertos aspectos de la vida universitaria, como por ejemplo la historia de los estudiantes seguidores y partidarios del régimen.
A mi juicio, el estudio de la década de los ´40 (II guerra mundial y guerra civil) en Grecia ha monopolizado hasta ahora la investigación histórica sobre el pasado reciente, y hasta cierto punto con razón, ya que no es posible entender la segunda mitad del siglo XX sin un profundo estudio de la guerra civil. Sin embargo, la década de los sesenta es una década fundamental que condiciona hasta cierto punto la época actual; por eso el enfoque de los historiadores debe reorientarse. Hoy, cincuenta años después de la implantación de la dictadura y con todos los archivos accesibles, creo que ha llegado la hora de empezar a explorar esta época de una manera más sistemática.
¿Qué similitudes o diferencias se pueden establecer entre los procesos de transición democrática de Grecia, España y Portugal?
Se trata de tres casos diferentes de transiciones post-autoritarias en el Sur de Europa, los cuales, sin embargo, comparten muchas similitudes. España ha tenido la experiencia de la llamada «ruptura pactada» que se acordó entre todos los partidos políticos, incluso el comunista, y el Rey, lo que proporcionó una transición suave a la democracia. Una de las condiciones sine qua non de la transición fue la concesión de amnistía para todos los crímenes políticos para así cerrar supuestamente la brecha abismal causada por la guerra civil española. No obstante, sus efectos secundarios particularmente graves siguen atormentando hasta hoy a la sociedad española la cual se quedó con la sensación de que no se había hecho justicia con las víctimas del régimen franquista. En pocas palabras, hubo vuelta de página sin ningún tipo de catarsis. Todos estos temas históricos irrumpen de nuevo y con fuerza en la vida política a causa de la crisis actual, con una nueva generación que exige romper el silencio. Es más, la Constitución de 1978 que adquirió un carácter totémico está ahora cuestionada, achacándole los muchos fracasos del sistema político de la transición.
Portugal, por otra parte, cuenta con diferentes temas a tratar. Este país ha vivido una ruptura revolucionaria con la dictadura, lo que hace que uno de los grandes debates de su actualidad sea la dificultad de afrontar este legado revolucionario, o incluso reconocer sus aspectos positivos, ignorados hasta recientemente por los libros de historia. Además, ahí también quedan cuestiones abiertas relacionadas, principalmente, con la violencia colonial durante los últimos años de la dictadura de Caetano y con la enorme ola de refugiados que entonces huyeron de las colonias, buscando refugio en Portugal. Sobre el trauma de esos pueblos colonizados se ha vuelto a hablar los últimos años a raíz de la crisis; y en este marco hemos sido testigos de un interesante vuelco de la historia, viendo a Angola, la antigua colonia de Portugal, ofreciendo ayuda financiera a su colonizador histórico.
Lo que conecta los tres casos es el papel de las memorias reemergentes, los lemas políticos, las metáforas históricas y los marcos conceptuales del pasado, que denotan un conflicto entre la experiencia colectiva y las narraciones oficiales de la historia. Parte de los símbolos actuales de la protesta contra la austeridad, por ejemplo, se derivan de la época de las dictaduras, las transiciones y su archivo de poética popular: Los manifestantes que interrumpieron el discurso del primer ministro portugués, Passos Coelho, en la Asamblea Nacional en 2013, cantaban “Grândola Vila Morena”, la canción emblemática de Zeca Afonso que dió la señal para la revolución portuguesa en 1974. Dos años antes, en el verano de 2011, los «Aganaktismeni» (indignados en griego) en Grecia habían estado entonando «Pan-Educación-Libertad» (lema principal de la revuelta de la Politécnica de Atenas contra la dictadura, en 1973), añadiendo «la Junta no terminó en 1973»; con este último querían poner de relieve una cierta continuidad en las políticas coercitivas del Estado desde la década de los setenta hasta la actualidad.
En España, un grafiti que proliferó durante las protestas contra la austeridad decía «Franco ha vuelto», parafraseando la famosa declaración «Franco ha muerto» que profirió el primer ministro, Carlos Arias Navarro, para anunciar la muerte del caudillo en 1975. Vemos así que los movimientos sociales de hoy, que piden una democracia inclusiva y plenamente participativa, tienden a actuar como «mnemónicos», señalando no solo una conexión estructural y orgánica sino, también, una afinidad en términos de poética histórica entre las transiciones y la crisis actual.
Hablando de Europa del Sur, los diversos movimientos de “indignados” que aparecieron en 2011, clamaban por la renovación democrática, una reivindicación que aún no se ha realizado. ¿Podrían esas reivindicaciones formar parte de un movimiento más amplio en el sur de Europa? ¿Cuál cree usted que es el legado de los “indignados” griegos (Aganaktimseni), si es que lo haya?
No estoy seguro, debido a la diferente cronología e intensidad de los casos en cuestión. Grecia fue el primer país en ser golpeado por la crisis, donde movimientos muy dinámicos emergieron desde abajo, lo que sin embargo ha tenido como resultado una cierta fatiga de protesta mucho más antes que en otros paises. Creo que el legado de los “indignados” es mixto, sobre todo en el caso griego de Aganaktismeni. Una diferencia básica es que los Aganaktismeni no tenían todos la misma orientación ideológica; la división de la plaza de Sintagma en dos partes, la de «abajo» (la izquierda) y la de «arriba» (de talante nacionalista), era una peculiaridad del movimiento anti-austeridad griego, que más tarde se materializó en la alianza gubernamental contra-natura entre SYRIZA y ANEL.
Por lo tanto, en cierta medida -al igual que Podemos en España- estas formaciones políticas son las que cosecharon el «movimiento de las plazas.» Podríamos decir que somos testigos de un impulso generalizado en el Sur de Europa: empezando por SYRIZA en Grecia, pasando por el gobierno izquierdista en Portugal hasta llegar al reciente éxito de Podemos en España, parece que poco a poco algo está cambiando en el Sur. Sin embargo, el problema con estas plataformas es su relación con la gobernabilidad actual. Todos prometen políticas anti-crisis alternativas que van romper el círculo vicioso de la austeridad. Para los podemitas, al igual que para SYRIZA, lo que se necesita para romper con el ordoliberalismo y la política de austeridad en Europa es voluntad política, pérdida del miedo frente a las instituciones supranacionales y legitimación popular. Y esta mentalidad, en cierto modo, es una herencia de los movimientos desde abajo.
Sin embargo, la derrota política de Alexis Tsipras después del referéndum de julio del 2015 en Grecia ha roto, en mi opinión, estos sueños. Ahora sabemos que no hay manera de que un gobierno utilice el apoyo popular o la presión desde abajo con el fin de cambiar la perspectiva neoliberal de los acreedores internacionales. Debido a este giro realista, hay quienes argumentan que estas formaciones ahora ya saben lo que es posible y lo que no es, habiendo adquirido una percepción mejor y más realista del verdadero horizonte de perspectivas.
¿Cree que los movimientos de indignados en el sur de Europa, y por extensión los movimientos Occupy en América, se pueden comparar con los movimientos juveniles de los años sesenta en Europa y América?
Es difícil decirlo. Mi observación es que los ´60 eran una referencia fundamental para los indignados; al fin y al cabo, los indignados al igual que los movimientos de los ‘60 representan esos raros momentos históricos de acción social globalizada: es lo que ha sido la primavera árabe, los moviementos anti-austeridad de España, Portugal y Grecia, y por supuesto Occupy en Estados Unidos y en otros lugares del mundo. Se podría decir que la interconectividad de los movimientos de 2011 -facilitada por los medios sociales- tuvo como punto de partida la idea de la «aldea global» inventada por Marshall McLuhan en la década de de los ´60. Además, ahora, al igual que entonces, la inspiración emana de la periferia y se dirige hacia el centro, de Túnez a Washington y no viceversa.
No obstante, en términos de comparaciones estructurales las cosas son más complejas. Los movimientos del ´68 cuestionaron toda la estructura de la posguerra en el Este y el Oeste, desafiando el status quo de una sociedad envejecida. La revolución de los ´60 ha sido no solo política, sino también cultural, conllevando considerables cambios sociales en la forma de pensar y ser por medio de una amplia gama de «nuevos movimientos sociales» que surgieron de ella, como el feminismo y la ecología. No estoy seguro que exista un potencial tan radical en los movimientos de hoy, pero aún está por verlo.
Podemos pensar de una manera diferente sobre Grecia y el sur de Europa a través de la crisis y sus narraciones?
Creo que la crisis ha abierto las puertas para la revisión total de los períodos de transición y post-transición, ya que puso en tela de juicio algunas de sus conquistas básicas (estado de bienestar, etc.), pero también reveló los límites y defectos de todo el espectro político desde entonces. Además nos impulsó a cuestionar las narrativas estándar con respecto a todo el período anterior, a buscar explicaciones alternativas y tratar de proporcionar un análisis más profundo.
Además, las personas que vivieron como jóvenes las dictaduras y se encontraron entre los protagonistas de los movimientos sociales de las transiciones, ahora experimentan un especie de regreso activista. Estos «hijos de la dictadura» que habían sido desacreditados como la generación «comprometida» en Grecia, o ignorados por el público general en España, ahora están redescubiertos por una nueva generación de activistas: los que nacieron durante la consolidación democrática, o los «hijos de las transiciones”, son los que fueron la fuerza principal detrás de los indignados. Es de destacar que en un momento en que los historiadores en Grecia, España y Portugal están tratando de escribir la historia de las transiciones, convirtiendo el pasado en historia, estos «hijos de las transiciones» convierten este pasado en un presente muy inmediato. ¡Y esto es algo que no podemos ignorar!
*Kostis Kornetis es un CONEX-Marie Curie Experienced Fellow en la Facultad de Humanidades de la Universidad Carlos III en Madrid, trabajando en el proyecto «Reexaminando el pasado y presente de la transición de España y Grecia a la democracia”. Desde 2007 hasta 2015 fue profesor en el Departamento de Historia de la Universidad Brown y en el Centro de Estudios Europeos y Mediterráneos de la Universidad de Nueva York. Su investigación se centra en la historia y la memoria de los sesenta, el estudio del autoritarismo, la metodología de la historia oral y sensorial y el uso del cine como fuente para la historia socio-cultural. Su libro “Los hijos de la dictadura: Resistencia estudiantile, Políticas Culturales y la larga década de los ´60 en Grecia» (Nueva York/Oxford, 2013) recibió el premio Edmund Keeley Book (2015). Recientemente ha co-dirigido, con Irini Kotsovili y Nikolaos Papadoyannis un libro titulado “Consumption and Gender in Southern Europe since the Long 1960s”.
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