La joven ateniense de 30 años acaba de representar en el escenario de la Casa de Letras y Arte de la Fundación Onasis “La intolerancia”, basada en la homónima película del pionero David Griffith. Ha sido un experimento arriesgado pretender trasladar a las tablas una obra maestra del cine; pero el resultado final, la afluencia del público y las críticas que ha cosechado vienen a premiar la audaz ambición de la joven directora.
Ió Vulgaraki ha estudiado Filología Griega y, al mismo tiempo, en la Escuela Superior de Arte Dramático del Teatro Nacional de Grecia. Ha completado sus estudios en la Escuela de Dirección de Escena por la Universidad de Artes Teatrales de Moscú, GITIS (2008-2013). Actualmente, imparte clases en la Escuela Dramática del Odeón de Atenas.
A pesar de su juventud ya tiene acumuladas en su haber significativas representaciones teatrales, entre las cuales: “El Festín en tiempos de peste» de Alexander Pushkin (grupo teatral PYR, Atenas 2013), “El ogrito” de Suzanne Lebeau (Teatro Académico de Jóvenes de Rusia, RAMT, Moscú 2013), Los bandidos de Friedrich Schiller (grupo PYR, Festival de Atenas 2014), “KassandER de D. Dimitriadis (Instituto Grotowski, Vrotslav 2015) y “La intolerancia”, (grupo PYR, Atenas 2016).
Panorama Griego tras seguir la representación estuvo con la directora con quien mantuvo una conversación interesante y amena sobre su última obra, su trayectoria teatral y el impacto de la crisis sobre el teatro griego.
Pregunta: ¿Qué condujo a una joven creadora a utilizar como fuente de inspiración una película muda de 1916 la cual, aunque fue un hito en la historia del cine, no es una película fácil ni muy conocida? Y algo más: la película de Griffith es muda por necesidad porque en esa época no se hacía todavía cine sonoro. Sin embargo, usted utiliza la expresión muda por opción. ¿A qué razones obedece dicha opción?
En otoño de 2014 y tras haber presentado Los Bandidos (de Friedrich Schiller) en el Festival de Atenas, estaba buscando con mis colaboradores -Déspina Kurti y Arguiris Xafis con los que formamos el grupo teatral PYR (fuego)- material para nuestro nuevo trabajo. Ahí hubo una especie de confesión mutua de nuestro deseo de ocuparnos del tema de la guerra civil; comenzó entonces una etapa de investigación intensiva la cual no fue muy fructífera. En este camino de búsqueda mi colega Arguiris topó con Griffith, pero con otra obra suya, “El Nacimiento de una nación”, referente a la guerra civil americana. A raíz de esta primera aproximación a Griffith, vimos también su siguiente film “La intolerancia”; al verlo me dí cuenta de que habíamos tocado el fondo de la cuestión de la guerra civil en toda su dimensión poética y existencial.
Griffith narra la coexistencia de los hombres en la tierra como una permanente guerra civil. A través de su obra pone en evidencia la incapacidad trágica de los hombres de aceptarse los unos a los otros y de compadecerse mutuamente o, en última instancia, su incapacidad de poder optar por la paz. Este tema fue la fuerza motriz que dio nacimiento a la idea de trasladar la película al escenario teatral. Enseguida empezamos a pensar en cómo se haría este traslado que, finalmente, no fue un traslado sino una recreación.
La condición del mudo, naturalmente, requería una solución artística “audaz”. En el cine mudo tenemos un mundo entero sin sonido. Los hombres hablan; simplemente nosotros no les podemos oír, ni a ellos ni a cualquier otra cosa. Entra, pues, la música para homogeneizar todo, cubriendo en realidad este vacío de sonido. En nuestra condición actual ocurre lo contrario; todo tiene sonido, porque cuando un hombre atraviesa el escenario se oyen sus pasos. Estamos, pues, ante un mundo tridimensional, que existe ante nuestros ojos y nuestros oídos. Por consiguiente, el elemento mudo deja de hecho de ser una condición obligatoria. Se convierte en un juego el cual cogemos prestado del cine pero lo traducimos en algo nuevo, combatible con nuestras condiciones, es decir lo invertimos: si los actores de la película hablaban sin ser oídos, los actores de la representación teatral se oyen pero no hablan.
Pregunta: En su hasta ahora trayectoria -especialmente densa y relevante para una artista tan joven- “se atreve” a experimentar con innovadoras e ingeniosas formas de expresión, aunque siempre basándose en textos clásicos. ¿Cuál es el impacto sobre el públixo teatral de estas nuevas formas de narración?
Lo nuevo y lo antiguo son conceptos relativos que a mi juicio están en constante mutación. El teatro tiene ese encanto único, de sorprenderte siempre. En el caso de “La intolerancia”, por ejemplo, la opción de que diez personas estarían sobre el escenario durante una hora y cuarenta minutos sin decir ni una palabra parecía bastante arriesgada de ser aceptada por el público. No obstante, la gente lo acogió tan calurosamente que a posteriori ya pienso que quizá el silencio fuera una necesidad para el público. Porque muchas veces tenemos (en nuestra condición de público) necesidades que ni nosotros mismos conocemos y a lo mejor estamos preparados a aceptar ciertas cosas sin saber de antemano que estábamos preparados para ello. En todo caso, para mí la audacia no es una meta en sí misma sino un camino de sentido único.
Pregunta: Actualmente, se observa un fulgor teatral en Atenas; el escenario ateniense tiene muchas propuestas que presentar, clásicas, innovadoras, modernas, alternativas, experimentales, a tal punto que fácilmente podríamos hablar de un período de auge… ¿Qué ocurre? ¿Este florecimiento responde a una necesidad real? ¿Existe el espacio necesario para acoger todas esas propuestas y qué realación puede haber entre ese auge y la crisis?
Es verdad que en Atenas se puede ver un increíble número de representaciones. Pero, ¿cómo se realizan estas representaciones y bajo qué condiciones? Si tomamos en cuenta que mucha gente trabaja sin cobrar o con una mínima remuneración desproporcional a su trabajo, que muchos artistas se ven obligados a rebajar su nivel de trabajo por indigencia económica y que no existe ninguna ayuda estatal salvo para unos pocos escenarios; entonces en esta multitud de representaciones quizá pudiéramos ver no el florecimiento sino la desesperación. Por supuesto que la crisis llamó la puerta del teatro también. A mi juicio, la situación está empeorándose por el hecho de que en esta profesión salen muchos más de los que el mercado de trabajo teatral puede aguantar, debido al incontrolable número de escuelas dramáticas. Sin duda es un momento especialmente difícil para que alguien haga teatro en estas condiciones. Pero todos esperamos -y sobre todo los artistas de mi generación que estamos al principio del camino- que de aquí a diez años no seamos considerados como artistas de hobby en una sociedad que debido a la crisis, nacional e internacional, perciba a la cultura como un bien de lujo.
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