Epicuro (Επίκουρος en griego) nació alrededor del 341 a.C. en Samos, de padres atenienses pertenecientes al demo ático de Gargeto (Γαργηττός en griego), según la división administrativa de Clístenes en el siglo VI a. C., en Ática, y murió en Atenas en 270 a.C. Su padre se llamaba Neocles y su madre, Queréstrata. Desde joven mostró una inclinación notable hacia la filosofía. Siendo aún joven, estudió en Jonia, probablemente cerca de Naucífanes, donde conoció las ideas de Demócrito sobre el atomismo, que influyeron profundamente en su pensamiento. [Demócrito elaboró un sistema iniciado por su maestro Leucipo, desarrollándolo en una explicación materialista del mundo natural. Los atomistas sostenían que existen cuerpos indivisibles más pequeños, de los cuales está compuesto todo lo demás, y que estos se mueven en un vacío infinito.]
En el año 323 a. C. fallecieron varias figuras importantes: Alejandro Magno; Demóstenes, defensor de la libertad ciudadana; Diógenes el cínico, destacado crítico de la cultura griega; y Aristóteles, quien murió en el exilio. Estos sucesos marcaron un periodo que coincidió con la juventud de Epicuro y el inicio de la era helenística. Por aquel entonces, en Atenas solo permanecían activas dos escuelas filosóficas: la Academia, fundada por Platón, y el Liceo, creado por Aristóteles. A partir del año 322 a. C., Epicuro comenzó a viajar y a enseñar filosofía en distintas ciudades del Egeo. Fue en estas localidades donde fundó sus primeras escuelas, profundizó en la filosofía atomista, conoció a diversos pensadores y cultivó valiosas amistades.

Tras deambular por Mitilene y Lámpsaco, se estableció alrededor del 306 a.C. en Atenas, donde compró la propiedad que pasó a conocerse como el “Jardín” ο “Quepos” (nombre que más tarde se utilizó también para su propia escuela) y comenzó a desarrollar su escuela con seriedad. El historiador Diógenes relata varias historias difamatorias que fueron difundidas por los opositores de Epicuro; a pesar de ello, afirma que Epicuro poseía una disposición extraordinariamente humana, visión que predominaba incluso entre los testigos hostiles al epicureísmo. Diógenes también registra el testamento de Epicuro, en el que, entre otras cosas, hacía provisiones para los hijos de sus amigos y designaba a un sucesor. [Diógenes Laercio, antiguo biógrafo que vivió en el último siglo del epicureísmo, dedicó el libro décimo y último de su obra Vida y opiniones de los filósofos ilustres a la filosofía de Epicuro y sus seguidores]
Esta escuela difería sustancialmente de las demás de la época, pues no era únicamente un lugar de enseñanza, sino también una comunidad de vida. Allí, Epicuro y sus discípulos vivían según los principios de su filosofía, dando importancia a la amistad, la simplicidad y la tranquilidad del alma. Este círculo cercano, unido por la búsqueda de sabiduría y, sobre todo, por la amistad, representaba un enfoque filosófico único. Tras su muerte, la dirección de la escuela fue asumida por su discípulo Hermarco. Según los historiadores, Epicuro dejó a su muerte una enorme producción literaria de más de 300 obras y tratados, pero, tristemente, apenas ha llegado nada hasta nosotros. Hoy, tres cartas (a Heródoto, sobre gnoseología –o epistemología, teoría del conocimiento– y física; a Pitocles, sobre cosmología y astrología; y a Meneceo, la más famosa, sobre ética) nos permiten conocer sus tesis fundamentales, así como apuntes diversos sobre él, principalmente del poeta latino Tito Lucrecio Caro (De Rerum Natura) y Diógenes Laercio.

Su sistema filosófico | En el corazón de la filosofía de Epicuro se encuentra un mundo estrictamente materialista y atomista. Según Epicuro, el mundo está compuesto de átomos que se mueven en el vacío, sin propósito ni dirección divina. No existe causa trascendente ni destino final. Los dioses, aunque existen, viven en estados de beatitud e imperturbabilidad y no se ocupan de los asuntos humanos. Por ello, el hombre no tiene motivo para temerlos. El conocimiento proviene de los sentidos; lo que percibimos a través de ellos constituye la base de nuestro conocimiento empírico. La razón y la prudencia permiten evaluar correctamente estos datos. La física de Epicuro no tiene solo un valor teórico, sino que cumple un propósito profundamente ético: liberar al ser humano del miedo a la muerte y a los dioses. Según el filósofo, la muerte no es nada para nosotros, porque mientras existimos, ella no existe, y cuando ella llega, nosotros ya no existimos. El alma, al igual que el cuerpo, está compuesta de átomos más sutiles que se disuelven con la muerte. Por lo tanto, no hay motivo de temor a castigos o recompensas después de la vida.
Para construir su filosofía, Epicuro se apoyó en principios sencillos y concretos: los átomos como base de la materia, las percepciones sensoriales como fuente de conocimiento, los significados fundamentales de las palabras, las sensaciones placenteras como guía moral y la libertad individual como base de la convivencia social. Esta filosofía, que se presenta como una teoría simple, rechaza el idealismo y las ideas trascendentes, adoptando una postura pragmática en un mundo lleno de incertidumbre.
La ética de Epicuro se centra en la búsqueda de la felicidad a través de la ausencia de dolor y de perturbación del alma. El verdadero placer no consiste en la satisfacción desmedida de todos los deseos, sino en la tranquilidad alcanzada cuando el cuerpo está libre de dolor y el alma, libre de miedo. Esta visión se resume en el célebre «tetrapharmakos»: no temer a los dioses, no temer a la muerte, saber que el bien es fácil de alcanzar y el mal, fácil de soportar. [Se trata de la síntesis de las principales enseñanzas de Epicuro sobre cómo debe conducirse la vida. Nos es conocido a través de un texto del filósofo epicúreo Filodemo, que se conservó en la llamada Villa de los Papiros en el actual Ercolano de Italia]. La prudencia es la máxima virtud, pues permite evaluar correctamente los deseos y acciones. Epicuro distingue los deseos en naturales y necesarios, naturales, pero no necesarios, y vanos. El sabio persigue únicamente los primeros, los que son indispensables para la salud del cuerpo y la tranquilidad del alma. Finalmente, la amistad ocupa un lugar central en la ética epicúrea; se considera el bien más valioso, pues garantiza seguridad, confianza y paz interior.

La escuela del Jardín, donde Epicuro enseñaba y vivía, también se destacaba por su organización. Era abierta a hombres y mujeres, libres y esclavos, algo poco común en la época. La vida cotidiana se basaba en la moderación y la convivencia amistosa. Epicuro evitaba las confrontaciones públicas y aconsejaba a sus discípulos mantenerse alejados de la política, que consideraba fuente de perturbación y vanidad. La verdadera felicidad, decía, reside en la libertad interior y la autosuficiencia, no en el poder social o la fama.
Influencia y relevancia atemporal | La filosofía de Epicuro ejerció una influencia significativa tanto en la antigüedad como en los siglos posteriores. Ya en la época romana, el poeta Lucrecio, en su obra De Rerum Natura, presentó con singular poesía la enseñanza física y ética de Epicuro, contribuyendo a su difusión en el mundo latino. A pesar del predominio del estoicismo y, posteriormente, del cristianismo, el pensamiento epicúreo no se perdió. Sobrevivió a través de tradiciones y fragmentos, para resurgir durante el Renacimiento y especialmente en la Ilustración. Filósofos como Pierre Gassendi, Thomas Hobbes y, más tarde, Jeremy Bentham y John Stuart Mill se vieron influenciados por el énfasis de Epicuro en el conocimiento empírico y en la búsqueda de la felicidad como fin central de la vida. El utilitarismo, por ejemplo, se inspira directamente en el principio epicúreo de que el bien moral coincide con aquello que conduce al placer y aleja el dolor.

En la era contemporánea, las ideas de Epicuro adquieren nueva relevancia. En un mundo de hiperconexión, estrés y exigencias excesivas, su enseñanza sobre la simplicidad, la amistad y la autosuficiencia funciona como antídoto contra la presión mental. La desmitificación de la muerte y la liberación del miedo a lo desconocido se alinean con teorías psicológicas modernas que vinculan el bienestar con la aceptación de los límites naturales de la vida. Además, su filosofía natural, que explica el mundo sin recurrir a fuerzas sobrenaturales, anticipa el racionalismo y el pensamiento científico de los tiempos modernos. Su enfoque en la experiencia y la causalidad refleja los principios fundamentales de la ciencia contemporánea, mientras que su ética se basa en un humanismo que rechaza el miedo como instrumento de control y guía.

Cabe señalar también que la filosofía de Epicuro ha sido a menudo malinterpretada. El término «epicúreo» fue usado por muchos posteriores como sinónimo de vida hedonista o sensual, pero esto constituye una distorsión de su enseñanza original. Epicuro no predicó el placer desenfrenado, sino el placer racional que surge de la autosuficiencia y la sobriedad. Para él, la prudencia y la moderación son los caminos más seguros hacia la felicidad. Como enfatizaba, el placer que proviene de la ausencia de dolor es superior al de la efímera euforia, pues solo el primero garantiza estabilidad y serenidad.
Importancia hoy | En la sociedad contemporánea, la filosofía epicúrea ofrece un enfoque realista y liberador del pensamiento. Su exhortación a buscar la tranquilidad mediante la simplicidad, la amistad y el desapego de deseos vanos responde a un mundo marcado por la ansiedad, el consumismo y la sobreinformación. En la psicología del bienestar, muchas teorías modernas confirman el valor de los principios epicúreos: el apoyo social, el autoconocimiento y el equilibrio interior son factores determinantes de la felicidad. Asimismo, en la filosofía de la ciencia, Epicuro sigue siendo un modelo de pensamiento centrado en la naturaleza que rechaza el misticismo sin perder su dimensión ética.
En definitiva, Epicuro no fue solo un filósofo del periodo helenístico, sino un pensador de influencia universal y atemporal. Combinó de manera única la física, la ética y la filosofía práctica en un sistema integral orientado a la libertad interior del ser humano. Su enseñanza sobre la prudencia, la autosuficiencia y la amistad continúa ofreciendo un marco coherente para la vida en tiempos de inseguridad y fatiga espiritual. La actitud epicúrea frente al mundo —simplicidad, serenidad y liberación de temores vanos— sigue siendo uno de los mensajes más claros y humanos de la tradición filosófica.
CP
Foto de portada: Busto de Epicuro. Copia romana del siglo II de un original griego de la primera mitad del siglo III a. C. Museo Metropolitano de Arte de Nueva York.