Érase una vez… Esta frase popular que se utiliza para introducir un cuento viene frecuentemente a la mente de muchos atenienses para hacer alusión a un glorioso pasado de su ciudad perdido entre las actuales laberínticas estructuras de hormigón. La frase esconde un tono melancólico para describir una ciudad que existió en un pasado no muy lejano, es decir antes del masivo proceso urbanizador que causó el éxodo rural de los años ´50 y ´60 en Grecia.
Mucha gente mayor guarda todavía la memoria de esta ciudad desaparecida, con sus pequeñas viviendas populares construidas alrededor de un patio interior en el que rebosaban las fragancias embriagadoras de las buganvillas, las rosas, los jazmines o los laureles y las adelfas. Al mismo tiempo, una emergente burguesía alta y media -que ha ido reforzándose desde la constitución del Estado griego hasta la II Guerra Mundial- hacía gala de su poderío económico construyendo majestuosas mansiones neoclásicas rodeadas de enormes espacios ajardinados.
Después de la II Guerra Mundial, las pequeñas casas de los barrios populares fueron arrasadas dando lugar a grandes estructuras modulares de cemento y hormigón que han conformado el aspecto contemporáneo de la capital griega. Solamente los edificios neoclásicos se salvaron de la furia urbanizadora de la post-guerra, porque sus propietarios evidentemente no tenían las mismas necesidades económicas que las capas populares.
Protegidos desde los años ´80 por una legislación muy estricta para su restauración y renovación, los neoclásicos atenienses esparcidos por toda la ciudad aparecen como pequeños islotes en recuerdo de otra época. Los excesivos costes de renovación no permiten a sus actuales propietarios hacer las obras necesarias para convertirlos en habitables de nuevo, mientras que los más ricos abandonan el centro de la capital para mudar a los barrios elegantes de las zonas residenciales.
Esta realidad ha incitado a varios inversores a colocar su dinero en la renovación y explotación de estos edificios extraordinarios, cambiando radicalmente su uso inicial convirtiéndolos en cafés, bares o restaurantes. Asociando de manera singular el pasado y el presente, el carácter noble del pasado con las comodidades modernas, el ambiente romántico con una decoración cozy, estas joyas arquitectónicas se han transformado actualmente en privilegiados lugares de encuentro para todos los atenienses.
Uno de los más emblemáticos entre ellos es el bar-restaurante Osterman, en Platía Irinis, en pleno centro histórico de Atenas. Muy popular entre los jóvenes, ha destronado una antigua tienda de tejidos tansformando sus estantes en mesas bajas y el banco de trabajo en una gran mesa de comedor monacal.
En el extremo norte de la ciudad, en el barrio chic de Kifisiá, otro bar-restaurante The Dalliance House instalado en un inmueble neoclásico de seis pisos, construido en 1890, ofrece una atmósfera de nobleza de una época pasada.
Belle Amie, un restaurante-bar recientemente restaurado se ha convertido rápidamente en un referente de la diversión en el mayor puerto del país, en Pireo. Ocupa un edificio neoclásico de principios del siglo XX y conerva intacta su decoración estilo vienés, los antiguos candelabros y sus azulejos originales.
En un marco muy original y en medio de un ambiente acogedor y distendido, The Clumsies sito en la céntrica calle de Praxitelous ha acomodado perfectamente un inmueble de principios del siglo XX a las necesidades de hoy.
La lista de bares o restaurantes ubicados en antiguos inmuebles neoclásicos es bastante larga que uno podría descubrir solamente paseando por las calles y callejuelas de Atenas. Sin embargo, a título indicativo podríamos citar los café-bares : Menta en Kifisiá, 7 Food Sins en el histórico barrio de Plaka a los pies de la Acrópolis, Athinaion Politeia (La ciudad de los atenienses) en la calle peatonal de Thiseion, The Underdog también en Thiseion o el bar- restaurante Balthazar en el barrio de Ampelokipi.
Etiquetas: arquitectura | Medio-ambiente