La Pinacoteca Nacional de Grecia organiza la exposición «Konstantinos Parthenis, La Grecia Ideal de su Pintura» (06.07-28.11.2022). Se trata de la primera exposición retrospectiva completa dedicada a la obra de uno de los artistas más importantes del arte griego moderno y pretende honrar e iluminar su creación compleja, profundamente griega. El simbolismo de esta primera exposición retrospectiva dedicada a un artista griego en la nueva Pinacoteca Nacional no es casual, ya que sigue a la primera exposición temporal monumental sobre «El arte del retrato en las colecciones del Louvre».
Caballos y guardias, 1935
Konstantinos Parthenis (1878-1967) recorrió con su obra los últimos años del siglo XIX y completó el viaje de su vida a finales de la década de 1960 en su casa a los pies de la Acrópolis. Alejandría, Viena, París, Corfú y Atenas son las principales estaciones de su obra, de la que aún no se tiene registro en su alcance, ni está plenamente definida en la historia del arte. La pintura de Parthenis (se pronuncia Parzénis) está en constante diálogo creativo, siempre en un estilo personal, con los movimientos artísticos visuales del modernismo, mientras que las referencias iconográficas a la antigüedad y al arte bizantino forman un lenguaje pictórico personal, que evoluciona constantemente hasta el final de su vida a través de una multitud de obras.
El pintor fue uno de los primeros artistas en imponer sus puntos de vista radicales sobre el modernismo y puso en práctica su creencia de que el artista debía tener el reconocimiento y el apoyo del Estado. Con su nombramiento en la Escuela de Bellas Artes de Atenas cambió la forma de enseñar arte y enseñó una nueva ética para la educación artística. Sus estrechas amistades con intelectuales y políticos, así como sus puntos de vista sobre las turbulencias políticas de la historia griega en el periodo de entreguerras se reflejan en su carrera y en su obra.
Odeón de Heródes Ático, 1930-1938
Las tensiones que su presencia provocó entre sus colegas y su retiro valiente a su casa-estudio durante los últimos treinta años de su vida contribuyeron al misterio que rodea su pintura, a menudo oscura.
La Pinacoteca Nacional posee la mayoría de las obras, dibujos y documentos de Konstantinos Parthenis, que proceden principalmente de lo heredado por los dos hijos del pintor. Por primera vez, las selecciones de las colecciones del museo, complementadas con importantes obras de colecciones privadas y públicas, presentan con sobriedad, claridad y sencillez el curso y la evolución de su pintura.
Un artista proteico
La creación artística de Parthenis se caracteriza por sus constantes transformaciones proteicas. Sólo su coetáneo Picasso (1881-1973) puede rivalizar con él en este ámbito. Además, Parthenis comparte con el gran pintor español otro raro privilegio: que ambos artistas consiguen mantener una constancia estilística, un código genético legible, un estilo instantáneamente reconocible que impregna y unifica sus búsquedas multimodales. Lo que otorga a la obra de Parthenis su singularidad es la forma en que trata la creación artística como un asunto puramente intelectual, una cosa mental, tal como la definió Leonardo da Vinci. Su destino final es la poesía pura, pero el camino hacia esa cima es la investigación, el conocimiento, la sabiduría: “Pero el arte también debe tener su ciencia… Y la ciencia se puede enseñar a cualquiera. El arte es esencialmente individual, personal”.
Árboles, 1900-1905
Tras su regreso de París, con sus impresiones de los colores vivos de los Fauves y los Nabis todavía frescas, Parthenis pintará algunos paisajes naturales encantadores, especialmente en Corfú, pero también en otras partes de Grecia, sin ninguna tergiversación simbólica. Fue en este periodo cuando el pintor se unió a sus compañeros del «Grupo de Arte» (ΟμάδαΤέχνη), que en las dos primeras décadas del siglo producirían obras con imágenes del campo respondiendo a la demanda de creación de un modernismo griego. Inmediatamente después, aparecen fuertes formaciones que se imponen en su obra, mientras que un viento poético transforma sus paisajes en visiones trascendentales de los «Campos Elíseos». Por paradójico que parezca, estas formaciones revelan la cualidad latente de la luz ática, que hace que los volúmenes se perfilen con claridad y condensa las formas, dando la primacía a la línea sobre el color. Es ese elemento que el perspicaz Tsarouchis llamaría «aticismo» en la pintura de su maestro.
La década de 1920 verá a Parthenis retirarse gradualmente de lo mundano y sumergirse en el mundo visionario de su pintura de madurez, que está marcado por las representaciones alegóricas y simbólicas. Sus formas se integran armoniosamente en el espacio, creando rimas melódicas con los elementos compositivos circundantes, árboles, montañas y colinas. En las obras de este periodo se detectan recuerdos de los simbolistas europeos, tanto más antiguos como más recientes (Puvis de Chavannes, Maurice Denis, Ferdinand Hodler), pero también influencias de Bizancio o de Theotokopoulos, completamente digeridas y subordinadas al código personal del pintor. El color, que aún conserva su frialdad en las grandes composiciones alegóricas y decorativas de los años veinte, comenzaría a retroceder, dando paso a formas más cerebrales, aludiendo a la fase analítica del cubismo. No es casualidad, pues, que este cambio se observe en los bodegones postcubistas que resuenan, y de hecho están sincronizados, con los bodegones clasicistas pintados por los pioneros del cubismo, Picasso, Braque y Juan Gris, en la misma época en París.
Naturaleza muerta, 1930-1938
La pintura de Parthenis se vuelve cada vez más geométrica, la curva y la línea recta se alternan mientras que la materia pictórica se aligera, convirtiéndose en éter espiritual. El lienzo, desnudo, se transforma en una pantalla sobre la que se proyectan las imágenes trascendentes de las grandes composiciones visionarias, que ocuparon la inspiración del artista casi exclusivamente en los años treinta. Deseoso de explotar la textura y el color blanquecino del reverso del lienzo, no dudará en transformarlo en el campo de sus composiciones más ambiciosas, como la monumental Apoteosis del héroe de la Guerra de Independencia Athanasios Diakos (1933). El pigmento pierde su sustancia material, convirtiéndose en pura proyección espiritual. Las formas, metafísicas, flotan en un espacio trascendental donde el tiempo se ha disuelto, como en el arte bizantino, y donde las reliquias del mundo visible se han reducido a arquetipos platónicos. Se podría decir que las obras de madurez de Parthenis tienden a un arquetipo ideal, sagrado y no manipulado.
El elemento catalizador que une y fusiona el peculiar eclecticismo del artista alejandrino y que constituye la quintaesencia de su estilo, es un hogar superior ideal del mito, la historia y el arte, visto desde una perspectiva de distancia. Exactamente igual que Cavafy vio y transpuso en su poesía la historia y el mito de una Grecia amable, ideal e intemporal con nostalgia, desde la distancia. Porque en realidad Parthenis permaneció para siempre voluntariamente autoexiliado y ajeno, ciudadano de su propia Grecia utópica.
La exposición permanecerá abierta hasta finales de noviembre de 2022.
C.P.
Fuente de imágenes: Pinacoteca Nacional de Grecia
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