La Fundación Teojarakis acoge desde el 6 de octubre una exposición restrospectiva sobre el pintor griego, Spiros Papalukás (1892-1957), presentando una interesante sinopsis de su vida y obra a través de 130 creaciones del pintor que abarcan toda su trayectoria artística, desde sus primeros pasos hasta su plena madurez.
Papalukás, considerado como precursor principal del modernismo griego del siglo XX, fue gran conocedor de las corrientes artísticas de su época pero, también, del arte bizantino, razón por la cual sus obras presentan una perfecta armonía entre el impresionismo de Cezanne, Matisse o Van Gogh con la espiritualidad de los iconos bizantinos.
Nacido en la localidad Desfina de la provincia de Fócida, estudió en la Escuela de Bellas Artes de Atenas. En 1917 viaja a París donde continúa sus estudios en las academias Julien y Grande Chaumière, pero se ve obligado a interrumpirlos para participar en la expedición griega a Asia Menor como pintor de guerra. Sus obras de esa etapa fueron expuestas en Zappeion, en 1922, pero se perdieron todas tras la catástrofe de Esmirna. Vivió, también, las dos Guerras Mundiales, así como la guerra civil griega; pero a pesar de que su vida fue sinónimo de los grandes capítulos de la historia contemporánea de Grecia, sus obras reflejan a conciencia una contemplación serena y apacible de la vida.
En 1923 visita el Monte Atos y decide permanecer ahí durante un año. Su estancia en el monte sagrado ortodoxo ejerce tal influencia sobre su obra que durante muchos años después continúa pintando iconos y paisajes del Monte Atos. Fue profesor en la Escuela de Bella Artes de Atenas y director
de la Pinacoteca Municipal de Atenas.
El conjunto de sus creaciones deja patente su preferencia por la naturaleza griega y su fidelidad al arte bizantino; sin embargo la búsqueda y utilización constante de nuevos medios de expresión son las características principales de su arte; el hecho de poder concebir y plasmar la vida y el mundo de una manera particular pone de relieve la vertiente poética de su obra y contribuye de forma dinámica a la configuración de la corriente modernista griega.
La retrospectiva presenta sus mejores paisajes y retratos pero con un énfasis especial en sus iconos. Entre sus obras expuestas destacan el Retrato de un Niño (1925), Retrato de Stratís Dukas (1924), «El Templo de Aphaia» (1923), «Monasterio de Dionisio» (1924), »Claustro San Andrés» (1935), y muchos autorretratos del artista.
Hasta el 30 de octubre, en la Fundación Teojarakis, calle Vasilisis Sofías 9, Atenas.
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