Si tú gobernaras ¡oh diosa! ¿permitirías que un anciano muriese de frío en los helados inviernos boreales porque un mercader le ha cortado la luz con el beneplácito de la banca y la bancada?
Si tú gobernaras ¡oh diosa! ¿Permitirías que un enfermo de hepatitis C muriese como un perro abandonado porque no puede comprar la medicina que le salvaría la vida y que vende a precio de oro ese mismo mercader?
Cuando un griego se inmola a lo bonzo en una plaza de Atenas un español es arrojado al abismo cuando los sicarios del mercader despedazan las puertas de su casa, con hachas y guadañas, y lo dejan en un glacial para que enloquezca contemplando como se oscurece, se enfría y se apaga el sol.
Es la época de la máquina y los mercaderes. De los tiranos disfrazados de demócratas. La misma máquina, los mismos mercaderes y los mismos timoneles sacrifican al hombre, en sórdidos mataderos de paredes insonorizadas, en Atenas y Madrid. En Ítaca y en Tenerife. En Esparta y en Guernica. En Andalucia y en Creta.
El otro día ví un documental en televisión (que me traía ecos de los Tiempos Modernos de Chaplin) acerca de un robot gigantesco (parecido a una horripilante araña con millones de afilados dientes-agujas), que tejía a la velocidad de la luz miles de banderas, de todos los tamaños, de Estados Unidos. Un directivo de esa fábrica explicaba: ¡Mirad! ¡Mirad qué maravilla! ¡Es como si cien mil sastrecillos dieran mil puntadas por segundo!
Pronto llegará el día en el que tocaremos techo y no se podrá crear trabajo, esa promesa es un engaño, una falacia.
La máquina y el mercader saben muy bien de lo que hablo. Incluso Carlos Slim, uno de los hombres más ricos del mundo, propone trabajar tres días por semana. O repartimos el escaso trabajo que hay entre todos o tendremos que prepararnos para aceptar un destino aciago. O distribuimos el menguante tajo que hay o habrá que aceptar el advenimiento y consolidación de una sociedad distópica (la antítesis de la ideal), y que los mercados, la máquina y las aves de carroña son los únicos amos.
Grecia sí es España. Yo he visto como sale el Sol por encima del Partenón, como cruza el vinoso ponto del Mare Nostrum y como muere en Finisterre.
El reciente cambio social y el predecible en España reflejan el sueño de los que no quieren ver al hombre aplastado por la rampante avaricia y estulticia, no muera cuando un dedo apriete un botón en la Casa Blanca o Berlín y Merlin hagan magia negra para llevarse el botín.
Los anglosajones han acuñado el acrónimo PIGS para referirse a Portugal, Irlanda, Grecia y España ¡Qué alarde de inteligencia e imaginación!
Shakespeare nació por error en las islas del estaño. Sin duda fue un gran griego. Hijo de Homero, Sófocles y Esquilo. Ahora que hay tantas manos manchadas de sangre evoquemos esta sentencia- que bien podríamos poner en boca del mercader y su sombra – del maestro de Stratford-upon-Avon: “Not all the water of the sea can clean your (these) hands”.
Como dice Ridley Scott (Blade Runner, Alien el octavo pasajero, etc.) en su película “Robin Hood”, aludiendo a las tiranías (descarnadas o disfrazadas): “Rise and rise again until the lambs became lions” (Alzaos, una y otra vez, hasta que los corderos se conviertan en leones).
Sólo dejando de ser ovejas y exigiendo los derechos que nos robaron (los derechos humanos), podremos recuperar la dignidad, abandonar los tiempos de la oscuridad e integrarnos en la sociedad con el orgullo de ser hombres y mujeres.
Javier Cortines